El director estadounidense Brett Morgen logra un retrato hipnótico con imágenes inéditas sobre un artista siempre cambiante.
Tras la decepción que supuso una película menor como Stardust, los fans de Bowie esperábamos que apareciera la película que una estrella de su grandeza se merecía. Y por fin ha llegado, no en forma de biopic, sino como algo mejor, una experiencia inmersiva visual y auditiva.
El director Brett Morgen ha tenido acceso a cientos de horas de material inédito para mostrarnos lo que todo seguidor en el fondo espera ver de su ídolo, tener acceso privilegiado a los instantes más íntimos de su vida. Sin seguir una estructura del todo lineal, a través de las imágenes vamos pasando de una etapa a otra de la carrera musical cambiante de un artista andrógino, en un momento en el que no era tan fácil serlo.
Este viaje no tiene mapa y si no se tienen unas nociones básicas sobre la vida de Bowie, es fácil perderse ya que no hay un contexto biográfico que de cierta explicación al torrente de imágenes que estamos viendo. Tan solo unas pinceladas familiares sobre su madre o su hermano Terry, cuya tragedia psíquica es fundamental para entender a David Jones. Sin apenas un prólogo inicial, a los pocos minutos ya aparece en pantalla la imagen de su personaje más icónico, Ziggy Stardust, obviando como llega a convertirse en dicho personaje. Lo mismo ocurre al principio de los noventa, donde no hay ninguna referencia a Tin Machine, un grupo que aunque denostado por algunos, sin cuya creación es difícil entender su renacer artístico tras el baño de masas que supusieron los años ochenta.
El principal valor de este documental frente a otros ya existentes del autor de Starman, es contar con la propia narración del cantante. Son sus palabras las que sirven de hilo conductor para explicarse a sí mismo en cada cambio al que asistimos. Las voces están sacadas de fragmentos de entrevistas realizadas a lo largo del tiempo, pero que puestas todas juntas intentan dar un sentido más o menos narrativo a la cinta. Al igual que ocurría en la surrealista película de Spike Jonze Cómo ser John Malkovich, aquí podemos ser Bowie por un día o al menos durante los 135 minutos que dura Moonage Daydream.
No importa mucho que algunas imagenes ya las hayamos visto en otros documentales, aquí vuelven a cobrar vida junto al resto de fotogramas no visto anteriormente. Algunas escenas pueden resultar algo dañinas para la vista, pues se juega mucho con el montaje rápido y se abusa quizás de la cantidad de referencias culturales que van desde Buñuel hasta Bergman. El frenesí visual alcanza su cenit en su etapa en Los Ángeles, donde la cocaína formaba parte de su dieta diaria.
Sin duda es el tipo de puzzle que a Bowie le hubiera gustado y que seguro también gustará a sus fans y quizás gané algunos adeptos más para la causa. Si algo se aprende después de su proyección es que la vida es un viaje en el que hay que saber adaptarse a los cambios y no quedarse quieto en ningún lugar.